1763 Telmo, sus mocos y una gran lección de marketing.

Desempolvo un recuerdo asquerosamente inolvidable de mi infancia para extraer una lección brutal de marketing: la importancia de ser diferente. Te cuento la historia de Telmo y su moco verde, y cómo aplicarlo (sin el moco) para que tu negocio no sea invisible.

Bienvenid@s a otro episodio.

Bienvenida y bienvenido a marketing para gente como uno.

Soy Carlos Malfatti, Consultor de Marketing y nos encontramos otra vez para hablar de Marketing, Emprendimiento, Redes Sociales, Contenidos, Publicidad y todo lo que tenés que saber para llegar a más personas, captar más clientes y vender más en internet.

La lección de marketing más asquerosa: Telmo y sus mocos.

Hola, ¿cómo va? Hey, a veces las lecciones de marketing más grosas ni están en los libros, ni en cursos caros. Están escondidas en los recuerdos más raros de la infancia y hoy vine a desempolvar una historia algo bizarra, algo olvidada y también un poquito asquerosita que te va a hacer pensar y hasta… Sí, tal vez te dé un poco de asco. Quedate que te cuento.

Bienvenida y bienvenido, soy Carlos Malfatti y esto es Marketing para gente como uno. Hoy es miércoles 14 de mayo de 2025, el episodio es 1763 y voy a viajar a mis tiempos de la escuela primaria como excusa para hablar de marketing. Y si estás comiendo, cuidado, porque también voy a hablar de mocos. Sí, escuchaste bien. ¿Qué corno tienen que ver los mocos con el marketing? Bueno, quedate y te lo explico.

Pero antes tengo algo importantísimo que decirte y que lo digo a diario. Para mejorar tu vida necesitás guita. Para ganar guita, si tenés un negocio debés vender y para vender necesitás marketing. Por eso dejá de dar vueltas y pasate ahora mismo por carlosmalfatti.com. Contame sobre tu negocio en el formulario. Te responderé a la brevedad y te voy a decir cómo puedo ayudarte a mejorar tu vida mejorando tu negocio gracias al marketing.

Disclaimer: Episodio no apto para estómagos sensibles.

Muy bien. Quiero antes hacer un disclaimer. Las personas impresionables, las personas que pueden llegar a sentir un poquito de asquito si hablo de mocos verdes, que se retiren. Porque así va a arrancar el episodio de hoy que tiene como protagonista a un joven, un niño de unos 8 o 9 años. Más o menos, no recuerdo bien. Pero era compañerito mío.

Lo que no recuerdo es cuándo acontecieron estos hechos. Viste que en la primaria a los 5 o los 7 años pasan volando y nunca te enteraste si estabas en primer grado, en tercero. Bueno, sí, ya por sexto o séptimo más o menos la cosa es distinta. Ponele que te empiezan a gustar las minas, no sé qué. Pero hasta ahí es todo más o menos plano. La cuestión que este muchacho, compañerito mío, se llama, o se llamaba, no sé si estará vivo todavía, Telmo. No voy a dar el apellido, pero el nombre era un nombre raro. Me hacía acordar a Yelmo, las aspiradoras. Bueno, y esto aconteció en la escuela primaria. ¿Y qué tiene que ver? Ahora te voy a contar.

Un viaje a la primaria: El inolvidable Telmo.

Resulta que hace más o menos unos 45 años quien te habla aquí en Mar del Plata, cerca del puerto, en la escuela número 19, era un aplicado, bueno, nunca fui aplicado, era más bien un gordito bastante babieca, pero el tipo iba ahí a la escuela, la escuela primaria. Y si vos me preguntás, no me acuerdo prácticamente nada. Algún hecho aislado, por ejemplo, un acto escolar donde a mí me gustaba la rubia que vivía a la vuelta y para mí era una princesa y yo para ella era un gordo inexistente. Me acuerdo, me acuerdo de un acto de gimnasia que yo intenté lucirme y la mina ni me miró de esas cosas, sí me acuerdo. Me acuerdo también cuando nos formaron en el patio 1982 para decirnos que habíamos tomado las Malvinas, yo no tenía ni la más puta idea de dónde estaba. Ese tipo de cosas sí me acuerdo. Y me acuerdo también de este compañerito Telmo.

Ah, pará, me acuerdo de Rosita y me acuerdo también de Patricia. Patricia inclusive estaba buena hasta hace unos años. Y Rosita es la buchona que le fue a decir no seas novia de él. Y la tipa me mandó a cagar en menos de 24 horas y fue la primera vez que lloré de muchas otras por mujeres. Ahora ya no lloro, pero lloré bastantes décadas por cuestiones del corazón.

Bueno, salvo estos ejemplos y algún otro compañerito ahí descolgado como el amigo Fernando que supo estar conmigo en el programa de radio que apareció después de más de 30 años. Yo le perdí el rastro a todos y de hecho no solo le perdí el rastro, ni siquiera me acuerdo. No me acuerdo de las maestras. Si me preguntás cómo se llamaba tu maestra de primaria, yo qué sé cómo se llamaba. Sé que era medio fea, gorda, parecía una calesita como eran las maestras de esa época. Las de ahora están buenísimas. A nosotros nos tocó una época donde las maestras eran calesitas con anteojos. Pero bueno, no viene al caso. Disculpe, señora maestra. La cuestión es que no me acuerdo de nadie, pero sí me acuerdo de Telmo.

Telmo, a ver, pibe normal. Chiquilín, 8, 9, 10 años. No recuerdo, insisto, el año exacto en que esto aconteció. Pero era uno del montón. Desalineado, bastante croto, no descollaba en nada, no se distinguía, no tenía ninguna habilidad notable. Tampoco era el último orejón del tarro. Estaba ahí. Era un pibe promedio, si querés. Pero tenía un detalle. Un detalle que, insisto, puede ser desagradable para quien no tenga un buen estómago.

Este Telmo, recuerdo, el patio, ¿viste esos patios de escuela pública gigante que está el mástil de la bandera? La estatua o el busto del tipo a quien se le dedicó esa escuela. Un amplio patio de baldosas, si mal no recuerdo, color ladrillo. No las puedo describir bien, pero quien fue a la escuela primaria en la misma época en que fui yo, y ahora, porque creo que ni siquiera cambiaron las baldosas, o deben quedar alguna, pues ni debe haber baldosas nuevas. Bueno, entiende a qué me refiero. Y ahí jugábamos a la bolita, a la figurita, no sé qué. Y recuerdo, cierro los ojos y veo la imagen. Estábamos en ronda y andá a saber por qué cuestión azarosa. Yo estaba ahí sentado al lado de este Telmo. Y cuando lo miro, Telmo estaba haciendo subir y bajar, cual si se tratase de un ascensor desagradable, un tremendo moco verde. Y pa’ arriba, pa’ abajo, pa’ arriba, pa’ abajo.

Claro, este Telmo vivía con las velas. Mi abuela le llamaba a las velas, eh, limpiate las velas. Vivía con los mocos colgando todo el año, creo que anduvo así. Pero ese día, por razón que no recuerdo, me llamó más la atención que nunca. Y no lo borré de la memoria. Reitero, no me acuerdo más que de las pibitas que me gustaban, algunas que siguen estando buenas bastantes décadas después. Y no me acuerdo de nada más. Pero nunca me olvidé, no solo de los mocos de Telmo, no me olvidé del nombre, no me olvidé de su imagen, no me olvidé casi de la mugre que tenía su guardapolvo y cómo se vestía y cómo se veía.

Increíble, voy a decir, cómo se te imprimió este recuerdo en la memoria. Bueno, quizás porque me dio asco, quizás porque era tan desagradable que me llamó la atención. Si hay especialistas en la memoria, podrán explicar mejor que yo, porque algunas cosas las recordamos con nitidez y son imborrables y otras no tanto.

El moco verde de Telmo y su lección de marketing.

Pero ahora sí, vos dirás, ¿y qué tiene que ver esto del moco de tu compañerito de la primaria con el marketing? Tiene, y tiene mucho que ver. ¿Por qué me acuerdo de él y no me acuerdo de otros? Por el moco, ¿por qué? Porque sus mocos eran únicos, era el único tipo tan desagradable que le importaba tres huevos a andar con los mocos colgando. Y eran, no sé, te digo, verde fosforescente los hijos de mil.

Y esto, vos dirás, bueno, ¿y qué tiene que ver ese moco verde horripilante con el marketing? Muchísimo, porque vivo diciéndote que el marketing es cuestión de diferenciarte, de algo distinto. Lo dije el otro día que hablé del bostanauta, te dije, si vos sos igual a los demás, no vendés, si sos distinto, vendés. Y este tipo era distinto, ¿por qué? Bueno, en este caso por una asquerosidad. Yo no voy a decir, che, si tenés un negocio, dejá que te cuelguen los mocos y vas a vender más. No, lo más probable es que vendas menos, sobre todo si te dedicás a la gastronomía o a los helados, no sé, o tenés un Uber, no queda muy bonito que la gente sentada atrás vea por el espejito cómo te cuelgan las velas.

Pero me refiero al hecho de que cuando vos tenés algo distinto, la gente te percibe distinto, destacás. En este caso, el querido Telmo destacaba por una cuestión desagradable de estos mocos verdes colgando. Pero yo te insto a que trates de destacar o que lo haga tu negocio, mejor dicho, por algo positivo. Porque en ese destaque, en ese diferencial, en ese ser distinto, está la clave para que la gente te recuerde, para que conecte, para que se emocione.

El concepto es muy sencillo. En marketing, o sos memorable, tu negocio, tu marca, tu propuesta de valor, tus contenidos, o son memorables y diferentes, o terminan siendo invisibles. Igual a todos los demás. Y pueden ocurrir dos cosas, o que no vendas nada, o que tengas que salir a vender como la mayoría de la gente que es igual a los demás, que no tiene diferenciación. O sea, por precio, la típica guerra de precios.

Entonces, esto es lo que vos tenés que lograr en tu negocio. Reitero, no que se te caigan los mocos. Ahora, si querés probar, capaz que te viralizás y te funciona. Capaz que me escucha Telmo y dice, este pelotudo iba conmigo a la primaria y todavía se acuerda de mis mocos. Tenés razón. Voy a poner, no sé, un puesto de choripán y mejor no. Dejemos las analogías. Pero bueno, salvo Telmo, que bueno, tendría derecho, ya sus mocos eran prácticamente una marca registrada. Los demás, tenemos que ver cómo adaptar esta idea de ser diferente a nuestro negocio.

Aplicación práctica: Cómo ser memorable (sin los mocos).

Entonces, aplicación práctica y nos salimos de todo este tema mocoril.

Buscá ese «qué» que hace único a tu negocio.

¿Qué hacés vos que no hace otra persona? ¿Cómo sos vos? ¿Cómo hablás? ¿Cómo es tu marca? ¿Cuál es la experiencia que entregás? Siempre lo digo, hay que tratar de ser único, de ser distinto.

Definí para quién.

Obviamente, acompañado de esto, tenés que definir para quién. Para quién no es venderle a todo el mundo. Reiterá, o mejor dicho, acordate lo que digo siempre, quien intenta vender todo a todos termina no vendiendo nada a nadie. Por eso, tenés que identificar con esa actitud quirúrgica cuál es tu potencial cliente. Aquella persona o grupo de personas para quienes lo que vos hacés u ofrecés le resuelve los problemas.

Comunicalo con todo.

Después viene comunicarlo, ese diferencial, eso que te hace diferente, metelo en tu web, metelo en tus redes, metelo en tu folletería, si hacés un podcast en tu podcast, si vas a YouTube en YouTube, si vas a TikTok en TikTok, todo esto suma.

Atrevete a ser diferente.

¿Y por qué no atreverte a ser un poquito raro, disruptivo, distinto? Vuelvo a lo mismo, no se trata de dejar que tus fluidos corporales jueguen con la gravedad. No, no, no. Hay otras maneras de hacerlo. Si lo querés hacer de esa, bueno, allá vos. Pero buscale la vuelta para ser diferente. Y no tengas miedo de espantar a algunos, ¿sí? Algunos se van a ir espantados y otros se van a quedar. Como yo me quedaba ahí jugando a la bolita y obsesionado pensando cuándo ese moco va a caer o si va a seguir subiendo y bajando.

Despedida y reflexión mocoril.

En fin, amigas y amigos, todo lo bueno llega a su fin y este episodio no es la excepción. Espero que no te haya dado mucho asquito. En ese caso, podés dejarme cinco estrellitas en Spotify y un comentario y ponés, sí, me dio mucho asquito. Pero bueno, voy a responder a la brevedad ese comentario.

Por lo pronto no tengo más que decir por hoy pero sí por mañana porque mañana nos volvemos a encontrar. Eso sí, antes de irme acordate de Telmo y sus mocos y también de ponerte en acción porque el tiempo no perdona. Chau, chau y gracias por estar.

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